
Cuando Pao y yo éramos adolescentes huimos de casa sin saber si volveríamos, Pao era feliz pero a veces lloraba en mi hombro de cartón.
Ella llevaba el hambre en una bolsita negra y yo su alegría en mi mochila vacía.
Besaba los cabellos de Pao y junto a mis besos tropezaba mi voz en su cabeza, diciéndole bajito, eres lo mejor de mi vida y ella se volteaba a mirarme y me sonreía.
Mis bolsillos gastados del pantalón cobijaban las últimas monedas que pude sacar de casa y esa tarde comimos como niños hambrientos una bolsita llena de pan.
Pao y yo no teníamos donde dormir, sin dinero llegamos a una playa, nos sentamos en una alfombra de arena, piedritas y abanicos, conversamos con el viento y las voces de la sal.
Sin darnos cuenta llegó la noche con sus latidos amarillos de luna, aún sus besos de Pao dormían en su boca pero mis besos se acercaban a ella como gaviotas anidando su mirar.
Cubrí su cuerpo con mis brazos, su piel tibia de lana, tejidos de mis agujas que rezurcieron suavemente su mirada.
Sus livianos brazos de Pao tomó mi cuello como un tendedero y nuestra pobreza se escabulló en la mochila que nos sirvió de cabecera.
Su amor hervía en mi pecho formando cadenitas transparentes de agua y como un castillo de arena me desboronaba lentamente en sus manos honradas.
Sus pies se inclinaban como aletas de sirena, mientras mis dedos buscaban sus manos como formando una concha de mar.
Los cabellos de Pao se extendían como siluetas de pulpos en la arena y sus ojos de perla se destilaban al besar.
Mis besos de barco anclaba en su cuello de pecera y mi amor se hundía en su ombligo como un delfín al nadar.
Las olas de Pao llevaron mis olas subterráneas y canoras, nocturnas de amor.
Entrelazados con mi techo de piel en sus senos nos disolvimos con la sal, la noche evaporó nuestras caricias y juntos atados a un corazón morimos a lado de una estrella de mar.
Jesús Ssicha Leer más...